Un discurso más, pero con el consuelo de que será el último del congreso, y si la otra vez hablé casi siete horas —lo peor de todo, sin darme cuenta de que pasaban las horas, y gracias a la infinita paciencia de ustedes—, en esta ocasión seré lo más breve posible.
Es difícil a estas horas decir algo que no se haya dicho a lo largo de este proceso y al final ya, desde que se inició este congreso, o que no esté planteado en las distintas resoluciones; además, han sido tres días de intensísimo trabajo para todos y de poco descanso, trabajo no físico, trabajo mental, trabajo emotivo, y eso desgasta energías y merece tomarse en cuenta.
Como ustedes ven, hemos discutido todo lo posible. Realmente nos hemos ganado el salario, sin estímulo material, pero sí con muchos, muchísimos estímulos morales; y hemos trabajado más de cuatro horas, tal vez hasta bastante más de ocho. Solo el primer día, con el primer discurso, ya fue casi una jornada completa —nos hace falta que ocurra así también con el trabajo en general.
Ha sido fecundo. En todos los congresos siempre se aprende mucho, muy especialmente en un congreso del Partido; no precisamente en los tres días del congreso, sino en los meses y meses que dura su preparación, en las infinitas reuniones, asambleas, análisis y estudios que se hacen.
En este congreso se ha trabajado duro, muy duro, antes de llegar al Palacio de las Convenciones; y no solo nosotros hemos aprendido, sino también el pueblo, porque todo el pueblo participó en la discusión del documento político fundamental y ha recibido mucha información por todos los medios disponibles.
Precisamente en los días del congreso a uno le queda siempre la insatisfacción de ese inmenso tesoro de conocimientos y de experiencias que se deja de recibir, porque resulta materialmente imposible que intervengan todos los compañeros que desean hacerlo y que tenían, sin duda, sobre infinidad de temas, mucho que decir y mucho que enseñar.
Esa es la tragedia, ver cómo el tiempo pasa veloz y las solicitudes de palabra se amontonan. Es inevitable pensar en los compañeros que querían decir algo y no pudieron decirlo aquí, aunque lo hayan dicho en otros momentos del proceso.
Vimos cuántas cosas magníficas se dijeron, cuántos ejemplos son capaces de trasmitir los compañeros que hablaron, qué honda impresión causaron muchas de las intervenciones. Vale la pena haber tenido el privilegio de escucharlas.
Si venía uno nuevo a decir algo, siempre nos impresionaba. Así ocurrió hasta el final, como cuando habló el compañero que nos explicó el trabajo de las empresas del MINFAR. Con qué precisión, con qué seguridad, con qué claridad; en los breves minutos que le dieron, nos dijo cosas que realmente estimulan, que tienen valor económico, político; pero no solo valor económico y valor político para nosotros, sino que tienen desde el punto de vista ideológico un valor universal, ahora más que nunca, porque cada cosa que se diga vale no solo por su contenido, sino por la oportunidad, por el momento en que se dice. Hoy el socialismo y las ideas revolucionarias necesitan más que nunca de ese aporte.
Decía que cuánto hemos dejado de recibir a causa del tiempo; pero también pensemos en cuánta experiencia se ha acumulado. Si somos capaces de emplearla bien, ¿qué cosas no podríamos hacer? Eso vale mucho. Sí, falta petróleo, faltan divisas, faltan muchas cosas; pero lo que se ha acumulado en la cabeza de nuestros compatriotas, y en especial de nuestros militantes, ¿con qué puede compararse, cuánto vale? Eso sí que no puede ir a comprarse en ningún mercado, eso no tiene precio. Y en eso sí somos millonarios, tenemos más dinero que esos millonarios de que hablaba, algunos de los cuales tienen hasta 40 000 millones. Y son conocimientos para hacer millonario al pueblo. Luchamos no por crear millonarios individuales, sino por convertir en millonarios a todos los ciudadanos. Ahí tenemos uno de los importantes instrumentos.