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Camilo: siempre bondadoso, intrépido y jaranero

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Imagino a doña Emilia respondiéndole a una de sus amigas: “¿El niño?, el niño está acabando. Muchacha, en estos días se me escondió en el escaparate durante horas y yo vuelta loca. Te digo yo que ese no es fácil, saca las arañas de sus cuevas, caza mariposas, ataca gigantes imaginarios con su escopeta de palo. Juega pelota, nada, monta bicicleta, espera el ciclón con la puerta semiabierta…”

Pero tanto Emilia como Ramón saben de los buenos sentimientos del menor de sus hijos; capaz de ahorrar el dinero de la merienda y donarlo a través del Comité de Ayuda que preside su padre, a los niños huérfanos de la Guerra Civil Española; capaz de asumir el castigo que no merece contar de salvar de la culpa a un amigo entrañable. Sobre este último incidente contó su progenitor.

“Me comunicaron que Camilo había mordido a una conserje de kindergarten. Lo llamé. Le expliqué lo que pasaba. Él no dijo ni esta boca es mía. Un mes lo tuve de penitencia. Después supe accidentalmente, que no había sido él sino un compañero al que quería mucho. Pero aguantó el castigo: yo, que sentía lástima cuando hizo dos o tres trastadas, le decía: Te las perdono, a cuenta del castigo que cumpliste sin haberlo merecido”.

Camilo seguirá así de bonachón, a lo que sumará un profundo sentimiento revolucionario, heredado sobre todo de su padre (sindicalista en la Unión de Operarios Sastres y simpatizante con la nueva República de los Soviets); y una “vis” cómica que lo acompañará en las situaciones más insospechadas.

Acerca de sus ocurrencias, cuentan que cuando trabajaba en una tienda habanera como mozo de limpieza, le aseguró a su hermano Humberto que llegaría a ser su primer dependiente. Entonces mandó a hacer unas tarjetas que decían: Sastrería El Arte, Reina No. 61, entre Ángeles y Águila. La Habana, Camilo Cienfuegos Gorriarán. Dependiente.

“Sus amigos preguntaban por 'el dependiente Camilo', pero les decían que él era el mozo de limpieza y que no estaba. -¡Ah, si no se encuentra, entonces me voy; no me interesa comprar nada aquí. Y los dueños, al darse cuenta de su popularidad y de que estaban así perdiendo clientes, lo pasaron a ocupar esa plaza y llegó a ser el primer dependiente", reseñó Luis Hernández Serrano.

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