Entonces, el Instituto Finlay y los otros centros de biotecnología estatales de Cuba comenzaron a desarrollar sus propias vacunas COVID-19 con la esperanza de que al menos una de ellas fuera efectiva.
La agencia reguladora de Cuba autorizó las inyecciones de Abdala y Soberana 02 para su uso en adultos en julio y agosto, respectivamente, y los trabajadores de la salud comenzaron a inmunizar a los niños con ambas vacunas unos meses después. El país ha comenzado a exportar las dos vacunas de cosecha propia a Venezuela, Vietnam, Irán y Nicaragua. Y ha pedido a la Organización Mundial de la Salud que apruebe sus vacunas, un paso importante para que estén disponibles en todo el mundo en desarrollo.