Las tres batallas del 2021.

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Se la recordará en la galería de las vergüenzas, junto con la reconcentración Weyler, el holocausto nazi, el bombardeo nuclear, la guerra de VietNam, el apoyo a las dictaduras del cono sur latinoamericano, el apartheid sudafricano y los asesinatos de maestros por las bandas contrarrevolucionarias en Cuba. La historia no va a absolver a sus articuladores. La agresión mediática y cultural contra Cuba es una guerra de pensamiento. La derrotamos, como quería Martí “a pensamiento”.

La incentivación de la violencia, la promoción de apetititos egoístas, la desconfianza en el futuro del país, y la divulgación de superficialidades intelectuales, se estrellaron contra el muro de la cultura cubana, ahora solidificada por 6 décadas de acceso masivo y gratuito a la educación. Apostaron a encontrar muchos tontos influenciables en Cuba, y resultó que son muy pocos.

Esta batalla también nos deja experiencias para el perfeccionamiento y desarrollo del trabajo político y cultural, que es preciso analizar bien pues este episodio del 2021 es parte de un diferendo histórico de más de dos siglos.

La tercera batalla, la del desarrollo económico no la hemos ganado todavía. Y sería superficial intentar un análisis simplificador en el espacio de las 4 páginas de un blog. Pero hay algunas cosas que decir:

La primera es que hemos resistido la embestida económica más larga de la historia mundial (60 años), articulada por la potencia económica y militar más grande de la historia mundial; y continuamos resistiendo 30 años después en que se derrumbaron los aliados que teníamos en Europa del Este.

Y aquí estamos, nuestro pueblo sin hambrientos, sin mafias, sin desalojos de vivienda, con todos sus niños en la escuela, con nuestro gobierno popular que funciona bajo la Constitución socialista que hicimos y aprobamos nosotros mismos.

Esa capacidad de resistencia nos enorgullece, no solamente por la resistencia misma, sino porque ella augura capacidad de desarrollo. Sin soberanía y sin unidad nacional, ninguna estrategia económica, por “técnicamente brillante” que fuese, podría funcionar.

La segunda es que no estamos congelados en estrategias económicas viejas, que funcionaron en su momento pero que ya cumplieron su rol histórico y agotaron su capacidad de adaptación a los cambios de la economía mundial. Estamos en un momento de creatividad legislativa y organizativa para adecuar nuestro modelo de desarrollo a las nuevas realidades, y sin que deje de ser soberano, equitativo, culto y socialista.

La tercera es que el camino del desarrollo económico y social hay que recorrerlo en un contexto mundial que no es el que existía en la década de los 60s, cuando la Revolución hizo sus primeros planes de despegue económico.

Hay que trabajar ahora en una economía globalizada, que depende mucho más del balance económico externo, y de la capacidad de inserción internacional, especialmente para los países pequeños; y en una economía de tecnologías rápidamente cambiantes, que demanda una dinámica superior de creación de empresas diversas y de conexiones entre las empresas y las instituciones científicas y educacionales, así como una dinámica superior de diversificación de productos y servicios de alto valor agregado.

Todo ello exige creatividad gerencial, además de tecnológica, y hay que crear el contexto regulatorio que lo permita y estimule; y formar los cuadros jóvenes que lo protagonicen.

La cuarta es que, con pocos recursos naturales, y escasa demanda doméstica, y con un bloqueo que va a continuar (porque nuestros adversarios históricos no saben, ni pueden hacer otra cosa), nuestra osadía de construir prosperidad material a partir de la justicia social y el acceso al conocimiento, es esencialmente un desafío cultural.

Será la cultura, ética, jurídica, científica y técnica, la que determine nuestra capacidad de desacoplar el crecimiento económico de la expansión de desigualdades, la que expanda el espacio de lo posible, y establezca la velocidad de nuestro avance.

Las batallas de este año 2021 nos preparan para continuar construyendo el país posible que queremos los cubanos. No el que quieren imponernos otros, sino el que queremos nosotros los cubanos.

Por Agustín Lage Dávila

Tomado de Cubadebate